Escribe : Arturo Delgado Galimberti
En los días previos del arribo de Paul McCartney a Lima, la
postergación de uno de los conciertos en Chile (debido a problemas con la
llegada de unos equipos para el escenario) y el rumor de que las entradas no se
estaban vendiendo aquí tan bien como se esperaba, generaron cierto desazón
entre los fans. Un empresario explicaba las dificultades de invertir en un
espectáculo de rock, pues el público limeño solo responde bien la primera vez,
pero en la segunda el fracaso de taquilla está asegurado. La explicación es una
verdad estadística: el Perú no es un país rockero. Sin embargo, el ex Beatle
demostró ser la excepción de la regla: vino, abarrotó el estadio y causó furor
con su música inolvidable.
LA ESPERA
La abrasante mañana del viernes 25 de abril las colas para
el ingreso a cancha y a tribuna norte raleaban. Los vendedores comentaban que a
esas tempranas horas hubo muchos más fans el día del concierto de Metallica.
¿Mal augurio? Recién a las dos de la tarde, decenas de personas comenzaron a
engrosar las filas de espera. Parecía lógico: a medida que la inclemencia del
sol amenguaba, más gente aparecía, hasta formar una par de colas sinuosas casi
interminables.
A las cinco de la tarde en los alrededores del Estadio
Nacional se intensificó el cordón policial, con guardia montada y portatropas,
mientras en el patio exterior del recinto deportivo los vigilantes VIP
coordinaban las últimas indicaciones antes del ingreso del público. Los minutos
transcurrían lentos para los fans con boletos para tribuna norte y cancha.
Desbordaban las expectativas por franquear las rejas, traspasar el patio
exterior e ingresar raudamente al estadio con el fin de conseguir las mejores
ubicaciones. En las otras zonas, el flujo era diferente, pues los asientos eran
numerados y la mayoría optó por ir a partir de las seis de la tarde, hora
establecida oficialmente para el ingreso de público.
Otro ritual se inició no bien la multitud heterogénea fue
atiborrando las diversas zonas del estadio. Hasta las ocho de las noche, aún se
notaban espacios vacíos en las tribunas oriente y occidente, e incluso en la
cancha; solo super vip y tribuna norte estaban colmados de incondicionales al
genio de Liverpool. Otra vez se escuchaban comentarios desalentadores: no lo
logrará, a esas horas, hace tres años, en el estadio Monumental no cabía nadie
más. Algunos responsabilizaban a los organizadores por vender tickets a precios
muy altos.
En medio de la espera, un Dj entretuvo a los asistentes con
remixes de canciones de McCartney, como “Dance tonight” y la reciente “Early
days”, y covers de los Beatles, algunos poco ortodoxos como una versión salsa
de “Can’t buy me love” cantada en español caribeño por Guianko.
A las nueve de las noche, el Dj se retiró discretamente y
dio paso a la proyección en las pantallas gigantes de un collage de fotos de
los Beatles, los Wings y algunas portadas de la discografía de McCartney,
mientras sonaban hits de su amplia carrera musical. El público coreó a todo
pulmón “Uncle Albert/Admiral Halsey”, “With a little luck”, “Goodnight tonight”
y “Silly love songs”, casi todas de Wings. A esa hora las especulaciones se
desvanecieron: el estadio lucía repleto, la realidad permitía que el mito
renaciera una vez más. McCartney es el dios del rock, no era para menos.
EL CONCIERTO
La aparición de Paul McCartney no tuvo más preámbulos.
Eligió “Magical Mystery Tour” para iniciar el megaespectáculo. A diferencia de
las anteriores giras, esta vez Paul decidió no interpretar esta canción con su
legendario piano sicodélico (el mismo usado en el experimental film beatle de
1967), sino acompañado de su bajo.
Sin mediar palabra, enlazó la nostalgia beatle con una
canción de su último y aclamado álbum New, “Save Us”, contundente rock que
enganchó a la audiencia desde los primeros compases.
Como ya es costumbre en sus giras, tras las dos primeras
canciones saludó al público. “Hola, Lima. Buenas noches. Me alegra estar aquí
de nuevo”, dijo ante más de treinta y cinco mil espectadores, y de inmediato
inició la tonada de “All my loving”. El entusiasmo desbordante que aún provocan
las melodías de su época beatle se corroboró en esta y otras interpretaciones.
“Close your eyes and i’ll kiss you, tomorrow i’ll miss you…” versa la letra que
linda con la absoluta simplicidad e inocencia, pero que sin duda aunada a la
magia de la música cobra un sentido que remueve las emociones de quien la
tararea.
El siguiente turno fue para un clásico de Wings, “Listen to
what the man said”: arquitectura pop de primer nivel, muy setentero. Empalmó
con otra pieza infaltable de su repertorio en vivo, “Let me roll it”, también
de Wings, pero que en la versión en directo tiene como coda instrumental a “Fox
Lady”, con el lucimiento de Paul en la guitarra solista (la que usa está
coloreada al estilo sicodélico de las guitarras de Hendrix).
Continuó “Paperback writer”, otra remembranza beatlesca que
mantuvo la euforia al tope en el estadio. McCartney reveló que el bajo
utilizado era el mismo de cuando grabó la canción, en el lejano año 1966.
Aunque no lo precisó, se trataba de un bajo Rickenbacker (y no su famoso bajo
Hofner). Por supuesto, este dato solo es parte de la trivia con la cual los
beatlemaniacos vivimos encantados.
Otra prueba de que Paul es un prestidigitador notable fue el
cambio de ritmos en que se desarrolló todo el concierto. Tras un rosario de
buen pop rock, vino la pausa, el sosiego. “My Valentine”, una de sus recientes
baladas dedicada a su actual esposa Nancy Shevell, demostró una vez más su
perdurable talento como compositor. Algunos fans aprovecharon para sentarse y
contemplar las imágenes del videoclip proyectado en las pantallas, protagonizado
por los actores Johnny Depp y Natalie Portman.
A continuación Paul ejecutó tres de sus mejores
composiciones para piano: la apoteósica “Nineteen Hundred and Eighty Five”
(cierre del mítico álbum Band on the Run), la desolada “The Long and Winding
Road” y, una que no tocó en el Monumental el 2011, “Maybe I’m Amazed”, temazo
incluido en su primer disco solista y que fuera hit con Wings en 1976 en su
versión en vivo. McCartney pudo haberse despedido luego de “Maybe I’m Amazed” y
muchos, incluido este cronista, hubieran considerado justificado cada sol
invertido para asistir al concierto. Pero el show debía continuar.
Tras “I’ve just seen a face” y “We can work it out”, se
desataron los primeros “olé, olé, olé, oh Paul, oh Paul” en el estadio, un ritual
calcado del fútbol. Más originales fueron los escoceses en el último concierto
de Wings en Glasgow, en 1979: entre aplausos sincronizados corearon “¡Paul
McCartney!, ¡Paul McCartney!” durante varios minutos. En el año 2005, en
Glastonbury, se repitió la escena en la histórica presentación de Macca. Pero,
al parecer, en Sudamérica es habitual trasladar los usos y costumbres más
estandarizados del fútbol a un contexto de origen contracultural como el rock.
Otro momento resaltante llegó con “Another day”, una gema
pop que fue single en la época bucólica del álbum Ram, y enseguida otra
concesión a la nostalgia, “And I love her”, en clave de bolero, que sintonizó
con el gusto de niños, padres y abuelos.
Para “Blackbird”, la banda se retiró del escenario, casi sin
hacerse notar, y Paul se colocó encima de una plataforma que fue ascendiendo a
medida que rasgaba las cuerdas de la guitarra acústica, mientras en la parte
frontal se proyectaban dibujos animados de mirlos en pleno vuelo. Aún subido en
la plataforma, varios metros arriba del nivel del escenario donde estaban los
instrumentos de la banda, McCartney cantó “Here today”, prístina balada que
dedicó a su “hermano” John Lennon. Fueron minutos en los que la música alcanzó
quizá sus cotas más altas.
Luego del reingreso de la banda, dos beatlescas y
contagiantes canciones de su último álbum New, la homónima “New” y “Queenie
Eye”, en especial la segunda, desbordaron de júbilo a los fans.
La algazara prosiguió con “Lady Madonna”, “All together now”
y “Lovely Rita”. Al presentar esta última Paul cometió un lapsus, que corrigió
de inmediato con buen sentido de humor anglosajón. “Esta es la primera vez que
tocaré esta canción en Chile… perdón, en Perú. Sí sé dónde estoy, en Uruguay”,
bromeó. Por su parte, durante “Lady Madonna” se vieron imágenes de mujeres
icónicas en la pantalla central, desde La Gioconda de Da Vinci hasta Lady D.
Quienes conocíamos el probable setlist desde hacía unas
semanas, sabíamos que habíamos ingresado a la segunda mitad del “rock show”.
Habían sonado poco más de veinte canciones, equivalentes a unos de los mejores
álbumes dobles de nuestras vidas. Y aún faltaba una tanda similar.
McCartney tenía otras sorpresas bajo la manga. “Everybody
Out There”, incluida también en New y que da nombre a su actual gira, arrancó
con esas guitarras acústicas que recuerdan tanto el estilo country de “Two of
Us” y “I’ve just seen a face” (ya interpretada), y remató con el suficiente
desparpajo rockero para alborotar a los cerca de cuarenta mil fans. Ante la respuesta del auditorio, Paul cogió
la guitarra apuntándola al público como si fuese una metralleta y rasgando las
cuerdas coreó: “Oh Oh Oh”, contrapunteando con los fans, para finalizar con un
ronco “Everybody Out There!!”
Después de semejante demostración de no haber perdido las
agallas con el paso de los años, era válido preguntarse si le quedaría garganta
y sobre todo cuerdas vocales suficientemente afinadas para seguir cantando. El
mentís a estas dudas llegó con la sólida interpretación vocal de “Eleanor
Rigby”. Solo McCartney puede pasar del rock estentóreo a la balada sin que su
voz se note menoscabada.
Continuó con “Being for the benefit of Mr. Kite”, una
composición que los beatlemaniacos consideran de Lennon, aunque Paul desde hace
varios años asegura que es coautor. En todo caso, este cronista no discute la
versión de Paul, pero sí discrepa de incluir en su repertorio clásicos de los
Beatles cantados por Lennon. No lo necesita, porque el catálogo de McCartney es
de por sí inmenso, con muchas joyas “caletas” aún por descubrir.
Otra cúspide fue cuando Paul homenajeó a George Harrison,
interpretando “Something” con su ukelele, para luego ser acompañado por su
banda; sin duda, un momento significativo para los admiradores del beatle
místico.
Enseguida, un preludio inusual y algo gótico con
sintetizadores antecedió a “Live and let die”, uno de sus más cerebrales
suites-rock, la obra maestra sonora de los films de James Bond. La puesta en
escena fue espectacular, como siempre, con detonaciones pirotécnicas y luces de
bengala. Un bombazo que pareció detener el tiempo en el Estadio Nacional.
Sin embargo, los minutos finales se acercaban, y eso fue
evidente cuando Paul tocó en el piano las primeras notas de “Hey Jude”. Qué se
puede agregar de este clásico que ya no se haya escrito en innumerables páginas
de la prensa musical. La performance en vivo ratificó que Paul McCartney no
solo es un virtuoso músico, un tremendo cantante y un gran compositor, sino un
verdadero showman. Quizá ese sea el quid de su éxito descomunal. Quizá ese sea
también el motivo de las críticas de sus detractores. En todo caso, rock y
espectáculo es una fórmula de larga data, y ni Woodstock fue la excepción.
No bien se extinguieron los últimos “na na na na” coreados
por el público, vino la primera “despedida” ficticia de rigor. Alguna gente
aprovechó para pedir otro “chopp” de cerveza y disiparse unos instantes,
mientras otros cumplían el rito de aplausos, silbidos y griterío que antecede
al retorno del ídolo y su banda para iniciar el primer encore.
De pronto las luces del estadio se apagaron y apareció Paul
exclamando “¡Bacán!” El show se reabrió con “Day tripper”, una típica
colaboración Lennon-McCartney en la que además siempre cantaron los dos, aunque
el estereotipo se lo adjudique casi exclusivamente a Lennon. Luego el turno fue
para la última de Wings de la noche, la rocanrolera “Hi Hi HI”, entre las
mejores versiones en vivo que hemos escuchado de esta canción (superior incluso
a la del álbum Wings Over America). Y para el cierre de este encore, “I saw her
standing there”, que aún le sale tan vibrante como en su época de Cavern y los
años de la beatlemanía.
De nuevo la despedida, de nuevo la exigencia de los fans
para que se prolongue la fantasía. Algunos despistados comenzaron a retirarse,
padres con sus hijos menores, jóvenes que tal vez recién se enteraban de la
importancia de McCartney tras la separación de los Beatles, que se habían
preguntado una hora antes cómo se llamaba esa canción dedicada a Lennon. Cómo
explicarles que la ceremonia no había concluido, pues aún faltaba el segundo y último
encore.
Pero el final estaba próximo. Otra vez McCartney apareció en
el escenario y solo con su guitarra cantó la inmortal “Yesterday”. Sonó
perfecta como la primera vez en el Ed Sullivan Show, hace cincuenta años. Luego
fingió despedirse y discutir con su asistente, quien con gestos le aseguró que
aún faltaban dos canciones para cumplir con el programa. De nuevo McCartney el
showman incansable y el músico genial, al mismo tiempo.
De inmediato la banda retornó y un nuevo estallido de rock
abrasivo se produjo con el proto-heavy metal “Helter skelter”, acompañado de un
verdadero carrusel de imágenes geométricas e hipnóticas en las pantallas, con
predominio del color rojo fuego (o sangre).
El epílogo
había sido reservado para “Golden Slumbers/Carry That Weight/The End”. Antes
Paul demostró nuevamente que había tomado lecciones de jerga local. “Ahora sí
me quito”, dijo con astucia, jugando con la ambigüedad semántica (este lunes 28
tocará en Quito, Ecuador). Aprovechó también para presentar a la deslumbrante
banda que lo acompaña desde el año 2001: Brian Ray y Rusty Anderson en las
guitarras, Wix Wickens en los teclados y Abe Laboriel Jr en la batería.
“And in the end the love you take is equal to the love you
make”, se le escuchó cantar con su voz de casi setenta y dos años, aún
conservada, aún digna, en el final del final (de la gran noche en Lima).
Todos hubiéramos querido permanecer unas horas más en el
estadio. De haber podido los fans hubiesen prendido fogatas y acampado, cogido
sus guitarras y extendido la música más allá del tiempo. Algunos se contentaron
con reunirse en los alrededores del Estadio Nacional para celebrar el presente
de una fiesta que ya era pasado. Para los más osados sí fue posible reventar
cohetones y cubrir de una neblina de humo el inmenso recinto.
“Hasta la próxima vez”, se había despedido Paul, como el año
2011 en el Monumental. En verdad es una frase que siempre emplea al terminar
sus conciertos: “See you next time!” Solo que aquí lo dijo en español. No
siempre regresa. Esperemos que sí. Los fans harán lo indecible para llenar el
estadio cuantas veces sea necesario. Un músico lo llamó “la nueva religión”. Es
simplemente Paul McCartney, genio absoluto del rock.
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